Introducción chupiguay del autor.
Este relato lo he escrito por que tenía que actualizar el blog. Alguno me estaba echando bronca por no hacerlo. Así que decidí escribir algo. Como no se me ocurrió ninguna cosa que criticar, aunque hay muchas, pero si se me ocurrió un relatillo que considero bastante mediocre, lo redacté y lo colgué. Espero que os guste, y si no... pues ya sabéis. Ea, a disfrutarlo.
No lo he releído, no sé que fallos puede tener... tampoco sé si existe alguno otro que hable de lo mismo de una forma parecida.
Vida de Perros...
El coche disminuía su velocidad progresivamente. Él iba en el asiento de atrás, no paraba de dar vueltas, estaba nervioso. El coche paró, finalmente. El conductor se bajo, él se mantuvo a la espera. La puerta de atrás se abrió y el conductor gritó "¡Baja!". Él obedeció y tras su paso el conductor cerró la puerta. Estaban en medio de una nacional, en la salida de la ciudad, a un par de km, en medio de la nada, o del todo. La carretera estaba bordeada por árboles. De hecho era un bosque entero de pinos. Ante su espectación, el conductor se volvió a meter en el coche, lo arrancó y salió de allí a toda velocidad. Por su cabeza solo pasaba una cosa: "Se ha olvidado de mi". Decidió esperar a que volviera a buscarle, pero la espera se hacía eterna. Tras siete horas de espera empezó a vagar. Al principio caminaba solo por la cuneta de la carretera. Más tarde empezó a adentrarse en el bosque, pero la libertad que éste representaba para él le daba miedo.
Tras horas vagando por la carretera, y ya de noche, alcanzó un lugar iluminado. Era la ciudad, su ciudad. Ahora sólo le faltaba encontrar su hogar, claro que eso sería una tarea mucho más complicada que la de seguir una carretera. Encontrar su hogar en una ciudad de más de sesenta mil personas era una ardua tarea. Lo primero que encontró fue un gato, al que empezó a perseguir hasta que se le escapó definitivamente. Luego siguió vagando por las calles cuan alma en pena olisqueándolo todo. Vio un cubo de basura, lo olió y lo volcó. Rompió las bolsas de basura en busca de algo que llevar al estómago, que ya empezaba a reclamarle alimentos. Tras llenar su estómago con las sobras de alguien siguió su camino.
Se adentró en un callejón y oculto tras unos contenedores pasó la noche, y la mañana. Dormido. Al despertar siguió su camino. Justo en ese callejón daba la puerta trasera de un restaurante y en aquellos momentos salía un pinche con todas las bolsas de basura. Las dejó justo en frente para que las recogiera el basurero. Al verlas él se sintió afortunado: más comida. Pero el pinche lo vio, y entró corriendo en la cocina para salir con una escoba amenazante. "¡Lárgate de aquí, sarnoso!" Le gritaba. Como él no le entendía no se movió, hasta que el pinche le dio unos cuantos palos. Con el lomo dolorido por los palos salió corriendo del callejón y siguió corriendo calle abajo, hacia el puerto.
Bajando por aquella misma calle vio a un grupo de niños jugando con una pelota. Instintivamente se puso a correr tras la pelota. Los niños dejaron de jugar al verle y lo echaron de allí. Mientras se iba tristemente notó un pinchazo en su trasero y salió corriendo, lamentándose. A lo lejos escuchaba las risas de los niños. Cansado se echó a descansar en mitad de la calle. La verdad es que estaba cómodo allí echado en mitad de la calle, a pesar de las miradas de la gente. Al rato apareció una furgoneta. Se bajaron dos hombres. Uno de ellos llevaba una percha con un lazo trenzado*. Al verlos salió corriendo. Ellos le siguieron. Recorrió toda la calle antes de perderlos de vista. Cuando por fin se encontró a salvo había llegado al puerto. Allí encontró la primera muestra de cariño. Un marinero le dio un trozo de carne que extrajo de su bocadillo. Pero el marinero se fue al anochecer. Pasó nuevamente una noche solitario, su única compañía: los murciélagos, que de noche salían a cazar los insectos que allí se acumulaban.
Al amanecer se despertó a causa de las piedras que le llovían. Unos niños no paraban de lanzarle piedras entre risas. Tuvo que huir nuevamente de allí. "¡Lárgate chucho!" Le gritaban. Hacía un par de días que había perdido a su dueño... ¿o quizá este le había abandonado? Esta idea empezaba a rondarle por la mente. No lograba comprender por qué el ser humano tenía un corazón tan duro, tan frío. ¿Por qué le maltrataban? Alcanzó una calle por la que circulaban coches a gran velocidad. Era consciente de que meterse en medio era un riesgo enorme, pero le daba igual. Cruzó la calle sin mirar. Escuchó el chirrido de un derrape, el sonido de un claxon, y finalmente notó un fuerte golpe. Todo se apagó.
Había perdido la noción del tiempo. Pero en ese momento era consciente. Abrió los ojos. No conocía el lugar. Estaba tumbado de costado, no podía levantarse. Escuchó voces que no entendía. "Si, doctor, ¿cree que se pondrá bien?" preguntó un hombre. "Sin duda, es fuerte, se recuperará. Es un detalle que lo haya traído" respondió otro. "Se cruzó en medio de la calle, no pude frenar... ¿y sabe algo de sus dueños?" preguntó el primero. "No tiene chip, ni collar... lo habrán abandonado" dijo el segundo. Se cerró una puerta y dejaron de oírse las voces. Volvió a dormirse.
Volvió a despertar en el asiento delantero de un coche. Estaba metido dentro de una cesta. Miró a su izquierda y vio a un hombre al volante. El coche se detuvo. El hombre bajó. Él empezaba a ponerse nervioso. El hombre cerró la puerta del conductor y abrió la de al lado. Cogió la cesta por las asas y la sacó. Cerró la puerta y camino hacia una casa. Cruzaban un jardín, un enorme jardín lleno de césped con unas plantas muy arregladas. Él no conocía ese lugar. El hombre abrió la puerta de la casa y entró. Fue entonces cuando él la vio por primera vez. Al abrir la puerta la vio sentada en el suelo del comedor, jugando con algo. Se levantó al oír la puerta cerrarse y fue corriendo hacia el hombre, para abrazarle. Luego, aquella niña que olía a jazmín, se acercó a la cesta. Acarició la cabeza de él y dijo algo al hombre: "¿Cómo se llama?". "No tiene nombre" respondió el hombre". Ella rió, acariciando la cabeza de él con mucha delicadeza. Le hablaba, él no lo entendía, pero notaba la dulzura de sus palabras. ¿Es que quizá había encontrado a alguien bueno en el mundo? Ella no le estaba dando comida, como aquel marinero. Ella le estaba dando algo más importante: amor. "¿Nos lo podemos quedar, Papá?" preguntó nuevamente. "Para eso lo he traído, cariño" respondió el hombre. Él la miraba al principio nervioso, pero poco a poco se fue tranquilizando. "Fénix" dijo ella "Te llamarás Fénix, como el ave que resucitó... por que tu has vuelto a la vida." Y Fénix ladró en respuesta y se convirtió en el mejor amigo de aquella niñita, en su guardián y protector.
Atentamente Adrià.